jueves, 21 de febrero de 2013

Una piedra en el camino




El lugar era una mezcla de polvo y soledad, cuyos colores ocres tintaban el paisaje de desesperación. No pasaba gran cosa por ahí, salvo algunas grandes bolas de zarzas revueltas que se veían arrastradas por los vientos del sur.

Los escasos animales que por ahí transitaban se exponían raramente al sol de justicia que caía sin piedad sobre el terreno reseco, eligiendo en cambio, buscarse la vida por lugares menos inhóspitos.

El lugar, como un veterano soldado, se encontraba herido por un camino de tierra ya olvidado, salpicado de cuanto en cuanto por diminutas raíces retorcidas que apenas osaban asomar por encima de la superficie.

Pero, en medio de aquel camino inhóspito se encontraba una piedra asentada firmemente en la tierra. Ella se sentía vulgar aunque estuviese pulida tras los cientos de años de erosión de los implacables vientos. Sus aristas, otrora fuertes y agresivas, se volvieron difusas.

Su pátina, incandescente y rojiza por el magma de su Madre, se tornó opaca por culpa los roces continuos que la arena le producía.

A menudo recordaba su historia. No era una historia común, si se comparaba con lo que había a su alrededor. Rememorar su vida le daba la impresión de estar más cerca de casa.

Hubo un día en el que estuvo en un Gran Magma, en el centro de su Madre. Allí, se encontraba rodeada de sus otras hermanas, de formas y tamaños diferentes. Pero eran sus confidentes, sus vecinas. Su familia al fin y al cabo. Pensaba que iba a quedarse ahí para siempre, en la seguridad del hogar. Pero un buen día, todo cambió. Su Madre abrió su piel endurecida y proyectó a todas las que estaban junto con ella en una gran columna de fuego y humo.

Tras unos breves momentos, el humo que la rodeaba dejó de envolverla y observó por primera vez la inmensidad de un cielo negro que parecía juzgarle con la misma dureza que su progenitora. Sintió un gran escalofrío cuando se escuchó a si misma silbando estridentemente mientras surcaba el aire de camino a una superficie que adivinaba desconocida.

De repente aterrizó donde se encontraba ahora. Sola y desvalida en un lugar desolado que se abría ante ella amenazante.

No estaba preparada. Habría deseado quedarse junto a sus hermanas miles de años más, pero no fue así. Fue condenada al ostracismo de manera irremediable y cruel. Odió a su Madre por aquella decisión tan radical.

Sin embargo, a veces pensaba que era una suerte haber quedado relativamente indemne de su forzado peregrinaje, pero en otras, pensaba que era una desgracia.

  • Daría cualquier cosa por encontrarme con mis hermanas. Conversar con ellas y recordar nuestra casa. ¿Por qué habré que tardar tanto en desaparecer y abrazar la nada?????

Estas ideas se arremolinaban en su interior cada vez más a menudo y una suerte de desesperación se apoderaba de ella. El tiempo le parecía interminable y la espera, agotadora.

Un día, mientras proseguía en sus cavilaciones observó dos figuras estiradas que se acercaban en el horizonte. Llevaban unas especies de trapos claros que les envolvía prácticamente todo el cuerpo, quedando únicamente al descubierto los ojos y los pies.

La piedra quedó absorta ante las figuras que se dirigían hacia ella de manera decidida. Recordó que una vez un armadillo le había contado leyendas acerca de unos seres altos, a menudo crueles y rara veces bondadosos, que se hacían llamar humanos. Ella la había ignorado como si fuera un armadillo que sufría de alucinaciones aunque a decir verdad su descripción coincidía bastante con lo que estaba presenciado.

Ambas figuras quedaban a pocos metros de ella y parecía que no habían reparado en su presencia. Ella empezó a inquietarse un poco porque daba la impresión que iban a arrollarla. Cuando se dio cuenta que faltaba unos escasos metros para ser pisada por estos extraños seres envueltos en trapos trató de encogerse pero fue inútil. Finalmente uno de los humanos la golpeó con el pie.

El humano empezó a realizar un extraño baile sobre una pierna mientras que con las manos agarraba el pie herido. Los sonidos que salían de debajo de la tela eran graves y cortantes. De repente el humano herido se agachó y la desenterró agresivamente. Se sintió extrañamente sorprendida por el tacto suave de la mano del hombre. El desconocido armó el brazo con intención de tirarla a lo lejos mientras seguía maldiciendo entre dientes.

Cuando parecía que su lanzamiento era inevitable, el acompañante del herido le agarró el brazo y empezó a hablarle. Ambos la miraron extrañada. La piedra no sabía lo que significaba aquellas miradas de sorpresa y júbilo que le dirigían aquellos humanos. Sin embargo, dentro de ella algo le decía que no era amenazador. La siguieron mirando, sopesándola entre sus dedos, pasándose la piedra que empezaba claramente a marearse hasta que uno de ellos la metió en un bolsillo.


Trascurrieron unos pocos meses en los cuales la piedra recorrió continentes, salas de blancura impoluta en la cual la metían en aparatos extraños, rodeada de varias personas que la seguían mirando con la misma fascinación. Ella realmente no entendía nada – “si soy una piedra cualquiera” – opinaba, humilde. Pero estos humanos daban la impresión que no opinaban igual que ella y la pusieron en un hermoso cojín, dentro de una urna de cristal.

Ya llevaba hoy alrededor de mil o mil quinientas personas que vinieron a visitarla. Algunos dirigían hacia ella aparatos que emitían luces que la cegaban, otros la señalaban del dedo, acercándose a ella detrás del cristal.

-“Cualquiera entiende a estos humanos” – sentenció, aunque ya no se encontraba sola. Estaba rodeada de urnas de cristal en las cuales se hallaban otras piedras con las que poder compartir una vida entera.

Greguería base
Las piedras en el camino no es que quieran obstaculizar, sino que se sienten solas.