El
lugar era una mezcla de polvo y soledad, cuyos colores ocres tintaban
el paisaje de desesperación. No pasaba gran cosa por ahí, salvo
algunas grandes bolas de zarzas revueltas que se veían arrastradas
por los vientos del sur.
Los
escasos animales que por ahí transitaban se exponían raramente al
sol de justicia que caía sin piedad sobre el terreno reseco,
eligiendo en cambio, buscarse la vida por lugares menos inhóspitos.
El
lugar, como un veterano soldado, se encontraba herido por un camino
de tierra ya olvidado, salpicado de cuanto en cuanto por diminutas
raíces retorcidas que apenas osaban asomar por encima de la
superficie.
Pero,
en medio de aquel camino inhóspito se encontraba una piedra asentada
firmemente en la tierra. Ella se sentía vulgar aunque estuviese
pulida tras los cientos de años de erosión de los implacables
vientos. Sus aristas, otrora fuertes y agresivas, se volvieron
difusas.
Su
pátina, incandescente y rojiza por el magma de su Madre, se tornó
opaca por culpa los roces continuos que la arena le producía.
A
menudo recordaba su historia. No era una historia común, si se
comparaba con lo que había a su alrededor. Rememorar su vida le daba
la impresión de estar más cerca de casa.
Hubo
un día en el que estuvo en un Gran Magma, en el centro de su Madre.
Allí, se encontraba rodeada de sus otras hermanas, de formas y
tamaños diferentes. Pero eran sus confidentes, sus vecinas. Su
familia al fin y al cabo. Pensaba que iba a quedarse ahí para
siempre, en la seguridad del hogar. Pero un buen día, todo cambió.
Su Madre abrió su piel endurecida y proyectó a todas las que
estaban junto con ella en una gran columna de fuego y humo.
Tras
unos breves momentos, el humo que la rodeaba dejó de envolverla y
observó por primera vez la inmensidad de un cielo negro que parecía
juzgarle con la misma dureza que su progenitora. Sintió un gran
escalofrío cuando se escuchó a si misma silbando estridentemente
mientras surcaba el aire de camino a una superficie que adivinaba
desconocida.
De
repente aterrizó donde se encontraba ahora. Sola y desvalida en un
lugar desolado que se abría ante ella amenazante.
No
estaba preparada. Habría deseado quedarse junto a sus hermanas miles
de años más, pero no fue así. Fue condenada al ostracismo de
manera irremediable y cruel. Odió a su Madre por aquella decisión
tan radical.
Sin
embargo, a veces pensaba que era una suerte haber quedado
relativamente indemne de su forzado peregrinaje, pero en otras,
pensaba que era una desgracia.
- “Daría cualquier cosa por encontrarme con mis hermanas. Conversar con ellas y recordar nuestra casa. ¿Por qué habré que tardar tanto en desaparecer y abrazar la nada?????
Estas
ideas se arremolinaban en su interior cada vez más a menudo y una
suerte de desesperación se apoderaba de ella. El tiempo le parecía
interminable y la espera, agotadora.
Un
día, mientras proseguía en sus cavilaciones observó dos figuras
estiradas que se acercaban en el horizonte. Llevaban unas especies de
trapos claros que les envolvía prácticamente todo el cuerpo,
quedando únicamente al descubierto los ojos y los pies.
La
piedra quedó absorta ante las figuras que se dirigían hacia ella de
manera decidida. Recordó que una vez un armadillo le había contado
leyendas acerca de unos seres altos, a menudo crueles y rara veces
bondadosos, que se hacían llamar humanos. Ella la había ignorado
como si fuera un armadillo que sufría de alucinaciones aunque a
decir verdad su descripción coincidía bastante con lo que estaba
presenciado.
Ambas
figuras quedaban a pocos metros de ella y parecía que no habían
reparado en su presencia. Ella empezó a inquietarse un poco porque
daba la impresión que iban a arrollarla. Cuando se dio cuenta que
faltaba unos escasos metros para ser pisada por estos extraños seres
envueltos en trapos trató de encogerse pero fue inútil. Finalmente
uno de los humanos la golpeó con el pie.
El
humano empezó a realizar un extraño baile sobre una pierna mientras
que con las manos agarraba el pie herido. Los sonidos que salían de
debajo de la tela eran graves y cortantes. De repente el humano
herido se agachó y la desenterró agresivamente. Se sintió
extrañamente sorprendida por el tacto suave de la mano del hombre.
El desconocido armó el brazo con intención de tirarla a lo lejos
mientras seguía maldiciendo entre dientes.
Cuando
parecía que su lanzamiento era inevitable, el acompañante del
herido le agarró el brazo y empezó a hablarle. Ambos la miraron
extrañada. La piedra no sabía lo que significaba aquellas miradas
de sorpresa y júbilo que le dirigían aquellos humanos. Sin embargo,
dentro de ella algo le decía que no era amenazador. La siguieron
mirando, sopesándola entre sus dedos, pasándose la piedra que
empezaba claramente a marearse hasta que uno de ellos la metió en un
bolsillo.
Trascurrieron unos pocos meses en los
cuales la piedra recorrió continentes, salas de blancura impoluta en
la cual la metían en aparatos extraños, rodeada de varias personas
que la seguían mirando con la misma fascinación. Ella realmente no
entendía nada – “si soy una piedra cualquiera” – opinaba,
humilde. Pero estos humanos daban la impresión que no opinaban igual
que ella y la pusieron en un hermoso cojín, dentro de una urna de
cristal.
Ya
llevaba hoy alrededor de mil o mil quinientas personas que vinieron a
visitarla. Algunos dirigían hacia ella aparatos que emitían luces
que la cegaban, otros la señalaban del dedo, acercándose a ella
detrás del cristal.
-“Cualquiera
entiende a estos humanos” – sentenció, aunque ya no se
encontraba sola. Estaba rodeada de urnas de cristal en las cuales se
hallaban otras piedras con las que poder compartir una vida entera.
Greguería
base
Las
piedras en el camino no es que quieran obstaculizar, sino que se
sienten solas.