martes, 1 de mayo de 2012

El Paso


El televisor emitía destellos de luces grises intermitentes debido a las interferencias. Por mucho que Sebastián mirase no podía ver más que una insondable sombra plomiza que lo engullía hasta hipnotizarlo.
¡BLAM!
El golpe sobresaltó a Sebastián, que se encontraba sentado en un viejo sillón de cuero sucio remendado. Tembloroso, agarró un vaso de ron que se encontraba en una mesilla de madera cerca de él y acercó como pudo el contenido a su boca. 
No era la primera vez que sonaba aquél golpe a sus espaldas pero cada vez que lo escuchaba, retumbaba en él como una hoja de guillotina que cortaba el cuello de algún ajusticiado.
El calor del ron alivió momentáneamente a Sebastián. Dejó el vaso, ya vacío, de nuevo en la mesita, para coger seguidamente el roñoso mando a distancia que se encontraba a su vera.
Dirigió el aparato hacia el televisor y empezó a pulsar los botones con frenesí.
Nada.
El brillante gris seguía emitiendo un extraño zumbido, roto únicamente por las fracciones de segundo durante las cuales los canales pasaban, uno tras otro, sin cambiar nada al paisaje de interferencias que ante sí se abría.
¡BLAM!¡BLAM!
Sebastián siguió pulsando desesperado los canales, incapaz de hacer nada más que contemplar desamparado la nada más desconcertante.
Sin embargo, algo cambió. De repente una sombra se dibujó en el gris ceniciento.
Primero era una forma vaga, redondeada y de perfiles difusos. Sin embargo, conforme se iba cristalizando la imagen el desconcierto de Sebastián dejó paso a un auténtico pavor.
¡BLAM!¡BLAM!
No sentía la fuerza de mirar hacia atrás, en dirección a los golpes que seguían produciéndose a sus espaldas desde hacía horas. La imagen recién creada en el televisor era demasiado inquietante.
Era su propio rostro.
Dejó caer el mando en el suelo y se quedó mirando boquiabierto su propia cara, que lo estaba mirando con una sonrisa siniestra dibujada en la boca.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Sebastián observó que había algo más en aquel rostro que le daba miedo. Era aquél halo de maldad que exhalaba de aquellos ojos negros como los suyos y la sonrisa de medio lado que enarbolaba la figura.
¡BLAM!
La figura empezó a ladear la cabeza mientras seguía mirándole, exagerando aún más la mueca. Al abrirse la boca Sebastián pudo observar como los dientes de la figura se encontraba podridos por los años, colgando de las encías ensangrentadas como uvas podridas de una parra reseca.
Sebastián hundió el rostro en sus manos, tratando de frenar el llanto. Mientras tanto la figura , como si fuera un reflejo diabólico, hacía lo propio a la vez que emitía un chirrido metálico.
Cuando volvió a mirar a la figura, ésta dejo caer sus manos, mostrando la cara ensangrentada, jirones de piel colgando de los pómulos como si fueran sábanas viejas colgando de un hijo.
¡BLAM!¡BLAM!¡BLAM!
Ya no podía más. Era demasiado para Sebastián que permanecía sentado en el sillón, incapaz de moverse por el miedo que le atenazaba como si fuera el bocado de una fiera enloquecida.
La figura sacó entonces una pistola, girándola en la mano, corriendo por su rostro regueros de sangre..
La figura colocó entonces el cañón de la pistola en su propia sien mientras seguía mirando, desafiante, a Sebastián.
Sin saber bien cómo, apareció en su mano también una pistola. El tacto de la empuñadura era rugoso y el peso del arma, desconcertante.
Se vio entonces a sí mismo dirigiendo contra su voluntad el arma hacia la cabeza. Cuando más se acercaba el cañón al lateral de su cabeaza más sonreía la infernal figura.
Una vez tuvieron ambos el arma dirigida hacía sí mismos, la figura emitió un chillido que encogió en su sitio a Sebastián.
¡BLAM!
En este nuevo sobresalto Sebastián movió el arma, tomando por un segundo el control sobre su brazo.
Era el momento.
Dirigió veloz el cañón hacia la figura que dejó de emitir aquel sonido agudo y sin pensárselo disparó dos veces al televisor.
En su interior, se pudo ver como la figura abrió los ojos momentos antes de desaparecer en miles de fragmentos de cristal.
¡BLAM! Craaaaaaaack
Detrás de Sebastián cedió la puerta que llevaba resistiendo horas los embistes de fuerzas desconocidas.
Una luz inundó entonces la estancia, obligando a Sebastián cerrar los ojos y dejarse llevar por el sopor del calor que precedía aquella luz benefactora.
-Sebastián ¿Me oye? – inquirió el médico que se encontraba inclinado sobre Sebastián.
Abrió con dificultad los ojos y observó un desconocido que le miraba preocupado, vestido con una bata blanca.
-Por fin, vuelve en sí. No se preocupe Sebastián. Ha sufrido un accidente pero está bien.
-¿Qué..?....¿qué hago aquí?
-Trate de no hablar. Se ha caído en casa y ha estado inconsciente unas horas pero ha vuelto. ¿Se encuentra bien?
-S…sí…¿y mi familia?
-Están fuera. Descanse antes un poco. Vamos a hacerle unas pruebas antes.
Sebastián asintió mientras cerraba los ojos, aliviado.
Cuando el médico salió por la puerta se quedó solo en la habitación. A su derecha se encontraba un monitor que representaba sus constantes vitales.
Miraba absorto como la línea marcaba su ritmo cardíaco cuando la pantalla de repente se quedó negra.
Cuando iba a tocarla, la oscuridad de la imagen dejó pasó a unas curiosas interferencias color ceniza.