El televisor emitía destellos
de luces grises intermitentes debido a las interferencias. Por mucho que
Sebastián mirase no podía ver más que una insondable sombra plomiza que lo
engullía hasta hipnotizarlo.
¡BLAM!
El golpe sobresaltó a
Sebastián, que se encontraba sentado en un viejo sillón de cuero sucio remendado. Tembloroso, agarró un vaso de ron que se encontraba en
una mesilla de madera cerca de él y acercó como pudo el contenido a su boca.
No era la primera vez que
sonaba aquél golpe a sus espaldas pero cada vez que lo escuchaba, retumbaba en
él como una hoja de guillotina que cortaba el cuello de algún ajusticiado.
El calor del ron alivió
momentáneamente a Sebastián. Dejó el vaso, ya vacío, de nuevo en la mesita,
para coger seguidamente el roñoso mando a distancia que se encontraba a su
vera.
Dirigió el aparato hacia el
televisor y empezó a pulsar los botones con frenesí.
Nada.
El brillante gris seguía
emitiendo un extraño zumbido, roto únicamente por las fracciones de segundo
durante las cuales los canales pasaban, uno tras otro, sin cambiar nada al
paisaje de interferencias que ante sí se abría.
¡BLAM!¡BLAM!
Sebastián siguió pulsando
desesperado los canales, incapaz de hacer nada más que contemplar desamparado
la nada más desconcertante.
Sin embargo, algo cambió. De
repente una sombra se dibujó en el gris ceniciento.
Primero era una forma vaga,
redondeada y de perfiles difusos. Sin embargo, conforme se iba cristalizando la
imagen el desconcierto de Sebastián dejó paso a un auténtico pavor.
¡BLAM!¡BLAM!
No sentía la fuerza de mirar
hacia atrás, en dirección a los golpes que seguían produciéndose a sus espaldas
desde hacía horas. La imagen recién creada en el televisor era demasiado
inquietante.
Era su propio rostro.
Dejó caer el mando en el
suelo y se quedó mirando boquiabierto su propia cara, que lo estaba mirando con
una sonrisa siniestra dibujada en la boca.
Un escalofrío le recorrió la
espalda. Sebastián observó que había algo más en aquel rostro que le daba
miedo. Era aquél halo de maldad que exhalaba de aquellos ojos negros como los
suyos y la sonrisa de medio lado que enarbolaba la figura.
¡BLAM!
La figura empezó a ladear la
cabeza mientras seguía mirándole, exagerando aún más la mueca. Al abrirse la
boca Sebastián pudo observar como los dientes de la figura se encontraba
podridos por los años, colgando de las encías ensangrentadas como uvas podridas
de una parra reseca.
Sebastián hundió el rostro en
sus manos, tratando de frenar el llanto. Mientras tanto la figura , como si fuera un reflejo diabólico, hacía lo
propio a la vez que emitía un chirrido metálico.
Cuando volvió a mirar a la
figura, ésta dejo caer sus manos, mostrando la cara ensangrentada, jirones de
piel colgando de los pómulos como si fueran sábanas viejas colgando de un hijo.
¡BLAM!¡BLAM!¡BLAM!
Ya no podía más. Era
demasiado para Sebastián que permanecía sentado en el sillón, incapaz de moverse por el miedo que le atenazaba como si fuera el bocado de una fiera enloquecida.
La figura sacó entonces una
pistola, girándola en la mano, corriendo por su
rostro regueros de sangre..
La figura colocó entonces el cañón de la pistola en su propia sien mientras seguía mirando, desafiante,
a Sebastián.
Sin saber bien cómo, apareció en su mano también una pistola. El tacto de la empuñadura era rugoso y el peso del arma, desconcertante.
Se vio entonces a sí mismo
dirigiendo contra su voluntad el arma hacia la cabeza. Cuando más se
acercaba el cañón al lateral de su cabeaza más sonreía la infernal figura.
Una vez tuvieron ambos el
arma dirigida hacía sí mismos, la figura emitió un chillido que encogió en su
sitio a Sebastián.
¡BLAM!
En este nuevo sobresalto
Sebastián movió el arma, tomando por un segundo el control sobre su brazo.
Era el momento.
Dirigió veloz el cañón hacia
la figura que dejó de emitir aquel sonido agudo y sin pensárselo disparó dos
veces al televisor.
En su interior, se pudo ver
como la figura abrió los ojos momentos antes de desaparecer en miles de
fragmentos de cristal.
¡BLAM! Craaaaaaaack
Detrás de Sebastián cedió la
puerta que llevaba resistiendo horas los embistes de fuerzas desconocidas.
Una luz inundó entonces la
estancia, obligando a Sebastián cerrar los ojos y dejarse llevar por el sopor
del calor que precedía aquella luz benefactora.
-Sebastián ¿Me oye? –
inquirió el médico que se encontraba inclinado sobre Sebastián.
Abrió con dificultad los ojos
y observó un desconocido que le miraba preocupado, vestido con una bata blanca.
-Por fin, vuelve en sí. No se
preocupe Sebastián. Ha sufrido un accidente pero está bien.
-¿Qué..?....¿qué hago aquí?
-Trate de no hablar. Se ha
caído en casa y ha estado inconsciente unas horas pero ha vuelto. ¿Se encuentra
bien?
-S…sí…¿y mi familia?
-Están fuera. Descanse antes
un poco. Vamos a hacerle unas pruebas antes.
Sebastián asintió mientras
cerraba los ojos, aliviado.
Cuando el médico salió por la
puerta se quedó solo en la habitación. A su derecha se encontraba un monitor
que representaba sus constantes vitales.
Miraba absorto como la línea
marcaba su ritmo cardíaco cuando la pantalla de repente se quedó negra.
Cuando iba a tocarla, la
oscuridad de la imagen dejó pasó a unas curiosas interferencias color ceniza.
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