lunes, 6 de febrero de 2012

El talismán

-Estoy harto de ti. ¿Me oyes?.

-Anda que yo. Eres un cerdo. Ya me avisó mi madre, pero no. Fui demasiado estúpida para hacerle caso.

Ya estaban otra vez de pelea. La misma canción de siempre. Él llegaba, normalmente borracho, y empezaba a gritar a su madre. Ella tampoco se quedaba corta y gritaba también. Se tirarían horas así, hasta que finalmente alguna que otra vajilla volase hacia el otro.

Al final, se abrazarían, se besarían y volverían a empezar al día siguiente. Ella sí que estaba harta. Harta de ambos. Mientras se estaban insultando cogió del perchero su abrigo de lana, llamó a su perra Luna y salió afuera.

Hacía un tiempo magnífico. La bóveda celeste estaba despejada y las estrellas se veían con claridad, jalonando la inmensidad del cielo con perlas brillantes. Atrás quedaba el rumor de la pelea, cada vez más distante y apagada.

Julia empezó a correr para alejarse más rápido de sus padres. Ya no los aguantaba. A ninguno de los dos. Antes solía ponerse de parte de su madre. Alguna que otra vez la vio llorando, un moratón debajo del ojo. Decía que le escocía. Pero, cuando Julia defendía a su madre delante de su padre, le pegaban ambos. Como represalia, solían dejarla sin comer todo un día.

No entendía nada. ¿Cómo se podía vivir así, odiándose y queriéndose a la vez? Lo de quererse no estaba Julia muy segura de ello. Al menos es lo que se decían cuando se reconciliaban sus padres. Eso, y también gemidos. Menudo asco.

Siguió corriendo por el camino de tierra que unía el pueblo con su caserío. Pronto llegaría a la linde del bosque que se encontraba situado a escasos metros del camino. Aquel bosque era para ella un refugio. Su refugio a la sinrazón de sus padres…de los adultos. De la vida.

Sin embargo, nunca había ido a ese bosque de noche. Calculaba que serían las dos de la madrugada. “Igual debería haber cogido un candil” pensó Julia mientras se adentraba en la espesura. Pero le daba igual al fin y al cabo. Conocía aquel bosque desde que tenía uso de razón. Trece años recorriéndolo, de arriba abajo. Había trepado en sus árboles, rebuscado en sus raíces, se había escondido en su maleza para sorprender a los animales que moraban en aquella extensión boscosa.

“Además, está Luna conmigo” – pensó, escuchando las pisadas de su Golden detrás suya.

Desde muy pequeñita, había una parte del bosque que le gustaba especialmente. Era la delgada frontera que separaba la llanura de la espesura del bosque. Cuando alzaba la mirada observaba como las ramas le cubrían por encima de la cabeza, como si fuera un escudo. A través del follaje apenas se distinguía el cielo. Todo era verde, salpicado de haces luminosos que caían con delicadeza en el musgo de los troncos.

Pero aquella noche, no había sol. Pero sí luna. Una luna inmóvil en el cielo, y otra Luna, juguetona. La primera daba un aspecto fantasmagórico a las hileras de árboles que se sucedían, la otra, brincaba y olfateaba, alegre, la maleza.

Conforme se iba adentrando por el sendero del bosque, se iba encontrando mejor consigo misma. Siempre le ocurría igual. Entrar en el bosque era para ella como entrar en una nueva dimensión. Se agachó para coger un palo y lanzó un par de estocadas al aire. Un suave siseo irrumpió en la silenciosa noche, haciendo que Luna salte hacia el palo de Julia.

-Vamos Luna, a por él – le gritó mientras tiraba con todas sus fuerzas el palo delante suya.

La perra salió disparada y se adentró en el follaje, removiéndolo brutalmente con el hocico. Una vez que lo tuvo entre sus fauces, volvió orgullosa.

-Muy bien perrita. Muy bien. A ver si ahora puedes encontrarla.

Tiró aún más lejos el palo, desapareciendo totalmente del sendero. Ni siquiera se escuchó caer. No le importó a la Golden, que salió como una flecha hacia la dirección donde probablemente había caído el palo.

Julia siguió caminando mientras su perra desaparecía de su vista. “Pronto volverá” – pensó Julia. Aún escuchaba el olfateo de Luna, en pos del palo. Sus pisadas, cada vez más lejanas indicaban que se estaba alejando demasiado. No pensaba haber tirado el palo tan lejos.

-Luna, ¡LUNA!..¡LUNA VUELVE!.

Pero no se escuchaba nada. Una punzada de miedo le atenazó el estómago y las rodillas. Volvió a llamarla a voces sin respuesta. Se acercó rápidamente a los arbustos por los cuales desapareció su perra, asomándole unas lágrimas de impotencia y miedo por los ojos.

-¡LUNA BONICA, VEN TOMA!.

No había más respuesta que el ulular del viento entre las hojas de los árboles. Parecía un susurro. Casi una confidencia contada en una lengua ya olvidada por los hombres. Una advertencia. No es inteligente entrar en un bosque de noche.

Tenía miedo. La punzada se había convertido en una profunda dentellada y ya le desgarraba todo su ser. Las lágrimas se convirtieron en un torrente imparable de pena y sufrimiento. Empezó a meterse por las zarzas que flanqueaban el camino, dejándose trozos de piel en el intento. Su ropa de tela basta se iba desgarrando cerca de los tobillos y de las mangas.

No había recorrido ni siquiera un par de metros cuando detrás suya, en el sendero, escuchó una voz. Una voz masculina. Joven pero melódica.

-¿Has perdido a tu perrita pequeña?.Txac Txac

Se quedó paralizada entre las zarzas. Incapaz de moverse hacia delante ni hacia atrás. Giró lo suficiente la cabeza para poder ver el origen de aquella voz que, a pesar de no ser más que un susurro, consiguió detenerla.

Era un hombre joven. De unos veinte años quizás. Alto y atlético. Sus ropas eran de terciopelo rojo y negro y de buena factura. Las botas de cuero eran brillantes y bien cuidadas. Pero lo que más le atrajo del Desconocido era su rostro. Era un rostro perfecto, bien dibujado. Una sonrisa encantadora ocupaba la mitad inferior de la cara y unos ojos divertidos, de color miel completaban la figura.

Julia se quedó sin habla, limitándole a asentir con la cabeza. Debía de parecer una idiota de esta guisa, atrapada entre las zarzas, el vestido desgarrado y sin poder moverse ni en un sentido ni en otro.

-Niña, si tu perrita no se ha perdido. Mira – dijo el Desconocido mientras daba un par de palmadas que llenaron la noche de una luz brillante, con destellos anaranjados y verdes.

Durante un segundo pareció que todo el bosque se había iluminado como si fuera de día. No. Aún más. Mucho más porque la luz venía de dentro del bosque, y no de fuera. Cuando la luz desapareció hizo su aparición Luna, con un palo en la boca. Trotaba tranquila y se situó a los pies del Desconocido, dejando el palo en el suelo.

-Ves niña. Venga, sal de ahí y ven- Su voz era tranquila y apacible. Instantáneamente desapareció el miedo que había sentido anteriormente Julia.

-Es que…estoy atrapada señor –Balbuceó la joven mientras se debatía.

Desconocido se acercó a ella, negando con la cabeza y chascando de la lengua.

-Txac Txac, ¿qué vas a estar atrapada? Si esta en un claro. ¿No lo ves?

Cuando quiso darse cuenta estaba de rodillas en mitad de un claro. En el mismo lugar del bosque, al juzgar por los árboles y el sendero, pero sin embargo…en un claro.

-¿Cómo…cómo lo hace? ¿Quién es usted? – consiguió articular Julia.

El joven se acercó a ella y le tomó la mano con delicadeza hasta que pudiera ponerse de pie. El contacto con su mano electrizó a Julia de la cabeza a los pies y sintió una sensación parecida a la que se tiene cuando se sueña con volar. Sin saber bien cómo estaba de pie, a su lado.

-Txac Txac Muchas preguntas son esas, ¿no crees Julia? – suspiró -Mi nombre…¿Qué más da? Txac Txac Los nombres son como banderas niña. Creemos que nuestro nombre nos define, como lo hace una bandera, pero realmente su función es únicamente ser esclavas del viento que las agita hasta que acaban colgando inútil de cualquier mástil. Txac Txac.

-No…no entiendo – masculló Julia mientras miraba a su alrededor- ¿Cómo conoce mi nombre?

-Bueno, txac txac, sé algunas cosas es cierto. Como que te has fugado esta noche de casa. ¿Es eso cierto Julia? ¿O me ha engañado el viento que te ha traído hasta mí?

-No...no…¿cómo lo sabe?

-El viento Julia…el viento. Escucha atentamente..

Julia agudizó el oído pero no distinguía nada del sonido del viento. Para ella, sólo mecía las ramas y el follaje pero nada más. El viento no hablaba. Hasta una niña sabía eso.

-No me crees, ¿verdad? Txac txac. No importa. Dime, ¿te apetece tomar algo caliente antes de volver a casa?.

La miró con aquellos ojos miel que le hipnotizaban. Eran a la vez cálidos y profundos. Parecía que se sumergía en ellos hasta perder la percepción del bosque que le rodeaba. Asintió.

-Pero no quiero volver a casa –dijo-quiero quedarme en el bosque.

Desconocido rió a carcajadas limpias, lanzando de su boca hilos dorados que se enroscaban de los árboles hasta que desaparecían convirtiéndose en miles de mariposas doradas.

-Ya hablaremos de eso luego Julia. Hablemos antes, si te parece bien – dijo Desconocido.

Estaba desorientada. Mientras caminaba con Desconocido observaba que la vegetación que los rodeaba les abría paso. Era como si hicieran una reverencia ante él. “o como si suplicasen” pensó Julia. No tenía ni la menor idea del lugar al que se dirigían. Desde el mismo momento en el que se separaron del sendero se había perdido. Pero Desconocido parecía saber perfectamente lo que hacía.

Caminaron una hora entre malezas huidizas y árboles tímidos. Todo se apartaba de él, dejando a la comitiva formada por el joven, ella y Luna el camino libre. Echó un vistazo a su perra y observó en sus ojos un destello dorado. Nunca antes había visto aquella luz en sus pupilas.

-¿Cómo lo hacéis señor? ¿Es magia? – preguntó tímidamente Julia.

-Txac Txac. La magia no existe Julia. Siempre hay truco…Jajajajaja

Siguieron un poco más hasta que llegaron a un lago inmenso. Desde la orilla en la que se encontraba Julia únicamente veía una extensión de agua que se perdía hasta el infinito. Miró hacía atrás, por donde habían venido, comprobando que el bosque había desaparecido. Luna se quedó sentada sobre sus patas traseras, giró la cabeza y permaneció inmóvil. El destello seguía en sus ojos.

Todo el lugar estaba bañado en una oscura capa roja, intensa y omnipresente. No sabía la razón de este fenómeno hasta que miró hacia el cielo y vio en él dos lunas rojas, enormes. Daba la sensación que fueran a caer sobre ellos en cualquier momento.

-¿Dónde estoy? – preguntó.

-Estas en mi hogar Julia. Todo esto es mi morada. Txac Txac

Tomo la mano de la joven y la guió hacia el agua. Era cálida, dando una sensación de viscosidad. Emanaba un olor dulzón, como a fruta madura. Iban adentrándose lentamente en aquel líquido desconocido. Antes que le cubriese la cabeza, pudo girarla y ver que Luna permanecía en la orilla. Un destello amarillo en las pupilas se despidió de ella.

Iban caminando en el fondo de aquel lago gigantesco. Las criaturas que poblaban sus profundidades eran desconocidas para Julia. No se parecían a ningún pez que haya visto con anterioridad. Tampoco se parecían a ningún animal terrestre que haya visto antes.

La mayoría eran parecidas a aves, con boca humana y dientes afilados. Las patas eran unas garras peludas y sus ojos, enormes y negros como el azabache parecía escrutar todas las direcciones.

También había seres más pequeños y menudos, llenos de pinchos y cuyo cuerpo estaba manchado de colores vivos. Se quedaban en el fondo del lago y cuando venían algunas pequeñas presas escamosas, las atravesaban con sus alfileres dorsales y las derretían hasta que desaparecían completamente.

Se resistió al principio cuando su nariz iba introduciéndose en el agua pero el Desconocido le tranquilizó. Le dijo que no temiera, que no iba a pasarle nada, txac txac…

Se relajó y aquel joven tenía razón. Podía respirar bajo aquel líquido. La sensación era extraña. Parecía beber el aire que necesitaba de la sustancia viscosa que la envolvía. Tenía un sabor amargo, muy diferente del olor dulzón a fruta madura. La imagen mental del sabor que notaba en la boca era una mezcla de ceniza, almendra y nuez.

Un tiempo después llegaron a una cueva submarina cuya entrada estaba formada por unas estalactitas que casi llegaban al fondo. A Julia le daba la impresión que se asemejaba a una boca enorme a punto de engullirla. Pero, a pesar de la inquietud que sentía en aquel momento, pudo caminar con paso decidido, siempre guiada por el Desconocido.

Una vez superada la bóveda de la entrada, se terminó el líquido. Era como si los límites submarinos de aquel lago fueran unas membranas que separasen lo líquido de lo sólido. El cambio fue desconcertante. Lo era aún más comprobar que a pesar de toda la distancia recorrida no estaba mojada. Ni que tampoco quedaba en su boca ningún resto de la sustancia viscosa que conformaba el lago.

El desconocido la siguió guiando por unos pasillos sinuosos, decorados con tapices resplandecientes y joyas. El lugar era enorme y sus pasillos, interminables. Se encaminaron hacia otro pasillo, largo y recto, del cual Julia no distinguía el final. En el fondo sólo había negrura y cuanto más caminaban por aquel pasillo, más lejos parecía la salida.

No sabría decir cuánto tiempo estuvieron caminando hacia la boca negra de pasillo pero inexplicablemente terminó de repente. La estancia en la que desembocaba era grandiosa. El techo, a más de cincuenta metros del suelo enlosado, tenía vetas rojas y verdes. Próximo al techo se encontraba un enjambre de pájaros peludos que chillaban mientras jugaban entre ellos. Sus movimientos en grupo creaban figuras a cada golpe de ala, sucediéndose imágenes de dragones y paisajes.

A ras de suelo no había más muebles que un trono alto, de color rojo, confeccionado en un material que parecía orgánico. Cuando Julia se acercó pudo ver que los brazos del trono y el respaldo brillaban con luz propia, emitiendo destellos parecidos al reflejo del sol en las escamas de una serpiente. La silla estaba formada por una especie de vísceras que se movían espasmódicamente como si estuvieran digiriendo algún alimento.

No parecía que fuera muy agradable sentarse en aquél trono rojo pero no tenía la impresión de incomodar a Desconocido que se reclinó en él una vez se sentara. Miró a Julia y chascó de los dedos.

De repente apareció una silla menuda, de madera tallada con grifos en las patas y boca de dragón en el apoya brazos. También hizo su aparición una mesa, parecida al roble, que separaba el trono rojo y la silla.

-Bienvenida a mi hogar Julia, ¿Te gusta? Txac Txac

-Es…precioso señor – exclamó, maravillada- nunca antes he visto ningún lugar así. Es tan…diferente.

-No sabes cuán diferente es niña..txac txac…dime, ¿Quieres tomarte algo? Lo que necesites.

La niña negó con la cabeza, lo cual pareció contrariar a Desconocido que se acomodó en el trono, que se movía a cada gesto que hacía. Parecía que estaba ajustándose el propio trono a su amo para que éste quedara incrustado en él.

-Que..quería saber cómo me conoce, señor.

-Hace mucho tiempo que te miro, Julia. Txac txac Años que escucho tus lamentos. Tu llanto me ha conmovido niña. Txac Txac.

-Pero…si yo nunca os he visto antes, señor…

-Pequeña. Que no veas algo no significa que no existe, ¿no crees? Txac txac. – Desconocido esperó a que asintiera Julia para proseguir – verá, hace ya mucho que te escucho entrar en este bosque, llorando porque tus padres te maltratan. He sentido tu odio. ¿Acaso no es cierto? Txac txac.

-Sí…es cierto. Pero creo que no me odian.

-Pero tú sí a ellos, ¿verdad? Txac txac.

Julia se quedó mirando al suelo, incapaz de afrontar la mirada de Desconocido. Parecía que era capaz de mirar sus pensamientos y arrastrarlo hasta la superficie.

-¿Te gustaría que te ayudara Julia? Txac Txac

-¿Cómo puede ayudarme señor? – alzó la mirada, esperanzada.

-Ay…Julia Julia, pequeña. Mira lo que he creado. Mira a tu alrededor. ¿Acaso crees que no puedo ayudarte con tus padres? Ay, niña. Txac Txac.

Julia se sonrojó y eludió de nuevo la mirada.

-Mira, te voy a dar algo. No debes perderlo ni enseñarlo a nadie ¿de acuerdo? Será nuestro secreto.

La joven asintió en silencio mientras alzaba la vista lentamente hacia su nuevo amigo. Éste levantó su mano derecha hacia el techo, cerró el puño y empezó a agitarlo con fuerza mientras gritaba “Trakasti Trakasti Verkarán”. Repitió aquella fórmula tres veces hasta que de su puño aparecieron rayos escarlatas. Su mano pareció fundirse y convertirse en una bola. El color se tornó rojizo y reptó por el antebrazo de Desconocido hasta el codo. Él cerró los ojos y siguió agitando el puño, que era ya una esfera perfecta. Ella no podía ya mirar. Tuvo que cerrar los ojos y taparse el rostro con las manos. Incluso así la luz atravesaba sus párpados.

Repentinamente el fenómeno cesó. Julia volvió a mirar y vio a Desconocido sonriendo, feliz. Adelantó su mano derecha, que había vuelto a ser normal y dentro se encontraba un trozo de madera, pequeño y retorcido.

-¿Qué es? ¿Un trozo de madera? – preguntó Julia.

-No. Es más que eso. Mira las inscripciones, se llaman Runas. Son una lengua antigua olvidada por los hombres. Txac Txac.

Julia miró con detenimiento el objeto que Desconocido le tendía. Tenía una textura parecida a la madera pero no lo era. Era de color gris ceniza aunque cambiaba a marrón cuando se movía. Cuando Julia lo cogió en la mano volvió a cambiar de color y se volvió dorado. Su tacto era cálido y en él empezaron a surgir caracteres que Julia desconocía.

-Es un talismán Julia. Txac Txac. Una especie de llave muy antigua. Tiene el poder de conceder deseos. Puedes únicamente desear una cosa Julia. Así que elige bien el momento y el deseo. No hay más oportunidades. ¿Me entiendes Julia? Txac Txac.

-Sí…¿lo tengo que usar ahora?

-Jajajaja, no Julia no. Debes usarlo en el preciso momento en el que sea necesario. Ni antes. Ni después. En el momento justo y oportuno. Es de vital importancia. Txac txac. Y para que funcione solamente has de desear. Desear de corazón. Txac Txac

-Lo recordaré. Gracias.

-No hay por qué darlas pequeña. Y recuerda lo que te acabo de decir Julia. No lo olvides….TXAC TXAC

Todo desapareció. Flotaba en la oscuridad del sueño. Era una sensación cálida y placentera. Se mecía con el viento de la fantasía que la arrastraba a otro lugar.

Cuando abrió los ojos se descubrió en el sendero del bosque, Luna recostada contra su vientre para darle calor. Entre las hojas empezaba a despuntar un nuevo día, los rayos de sol acariciaban lentamente su rostro. Se puso en pie lentamente y observó que su ropa no estaba rota. Echó un vistazo a su alrededor y todo parecía como recordaba. Incluso su pequeña Luna tenía los ojos oscuros, como siempre los había tenido. Se rió a carcajadas.

-Era un sueño. Un sueño- gritó mientras corría hacia el camino de tierra que unía el pueblo con su caserío.

Era un sueño, sí. Pero como todos los sueños, le producía al despertar una sensación de tristeza. “Cúanto me hubiera gustado que hubiera sido real” pensó.

Volvió corriendo a su casa acompañada por Luna. Cuando entró en casa su madre estaba en una silla durmiendo y su padre en las escaleras sentado. Se sorprendió al verla entrar.

-Julia ¿Dónde te habías metido? Estábamos preocupados.

Se lanzó hacia ella y la abrazó. Aquello despertó a su madre que se puso en pie de un salto y corrió a abrazar a su hija que había vuelto. Julia se ahogaba entre ambos pero no le molestaba la sensación. Iba a decirles lo que había soñado pero prefería no hablarles de Desconocido. Era su secreto.

-He estado en el bosque. Estoy bien.

Los padres la miraron para seguidamente mirarse entre ellos.

-Está bien Julia. Estarás cansada y hambrienta. ¿Quieres algo de comer?

Julia negó con la cabeza y les que estaba bien. Pero que sí estaba cansada. Sus padres la dejaron subirse al dormitorio, quedándose en el comedor. Luna subió con ella las escaleras.

Empezó a quitarse el vestido de lana gruesa hasta quedar desnuda. Se tapó con un par de mantas y se tumbó en su cama. Luna la imitó y se hizo un ovillo a su lado. Julia cerró los ojos y se recostó de lado, una mano bajo la almohada.

Abrió los ojos. Sacó su mano de la almohada. “No..no puede ser…es…imposible” reflexionó mientras sacaba el talismán, la llave que le había dado Desconocido, sentado en su Trono Rojo. Julia se sentó, quedando sus pechos menudos al aire mientras observaba con estupor el objeto.

Volvió a ser de color dorado, apareciendo con claridad las runas inscritas en sus laterales. El brillo se movía independientemente de la luz que incidía en “la llave”. Parecía que tuviera voluntad propia.

Se sintió aliviada a la vez que asustada. Escondió rápidamente el objeto de nuevo bajo la almohada y se tumbó boca arriba. A su lado, Luna, la miraba, un diminuto destello dorado en las pupilas.

Durante los primeros días tras su vuelta sus padres la colmaban de atenciones. Ya no peleaban y estaban continuamente pendiente de ella para que no le faltara de nada.

Pero, “la cabra siempre tira para el monte” le dijo en una ocasión su padre. Salvo que en su caso no era al monte donde tiraba su padre, sino a la Tasca de Eustaquio. Así que, tras una semana de respiro, volvía de nuevo borracho a casa.

Vuelta a empezar. A partir de la segunda semana de su vuelta las peleas se volvieron de nuevo diarias y la vajilla menguaba.

Una noche, mientras estaba ya durmiendo, su padre entró titubeante en la casa, tirando un par de sillas en su camino. Aquello la despertó. A su madre también. La escuchó bajando por las escaleras.

-A estas horas vienes, borracho de mierda. – le gritó su madre.

-Calla. Maj-dta ar-pía – balbuceó su padre.

-Anda, míralo, que bonico. Eres un inútil.

Escuchó su padre vomitar al pie de las escaleras mientras su madre seguía gritándole. Julia cerró los ojos. Los odiaba. Odiaba a ambos. Odiaba su vida. La única vez que fue realmente feliz fue cuando se encontraba con Desconocido.

Ese recuerdo la hizo meter la mano debajo de la almohada, hasta encontrar el talismán, “la llave” como la había llamado él. Una llave hacia los deseos. La agarró con fuerza sobre su pecho menudo, cerró los ojos. Y deseó. Deseó como nunca antes lo había hecho.

De repente, el tiempo se quedó en suspenso. No se oían más gritos. Abrió los ojos y cuando trató de moverse era como si estuviera atrapada en agua densa. Sus movimientos eran lentos. Los sonidos apagados. El aire se tornó frío y azulado. Vaho le salía de la boca. No se escuchaba ya nada. Luna se sentó a su lado, mirando hacia la puerta, inmóvil.

Nada más que silencio, interrumpido únicamente por un sonido. O dos más bien. Txac Txac…

Julia no encontraba la fuente de aquél sonido, que le parecía tan lejano y a la vez tan próximo. Luna se giró hacia ella y la miró. Sus ojos habían perdido el color negro para convertirse en dos trozos de ámbar dorado. Su hocico se torció en una especie de mueca siniestra.

Se asustó y trató de levantarse pero estaba atrapada en una red invisible que la entorpecía. Txac Txac, volvió a escuchar.

Un escalofrío la recorrió desde las nalgas hasta el cuero cabelludo. Tenía de correr, huir de aquel cuarto. “¿Qué he hecho, Dios mío, qué he hecho?.

Con mortal lentitud consiguió bajar un pie de su cama. Luna seguía vigilando cada movimiento de Julia, inmóvil y siniestramente divertida.

Tenía que bajar. Bajar. Bajar y huir. Pero “algo”, una deformación del aire surgió en su cuarto. Se parecía al efecto que ocurría en verano, cuando caminaba en las calzadas. Volutas de calor transparentes deformaba sus muebles y se acercó a ella.

Trató de gritar pero “aquello” se metió en su boca. Lo sentía apoderarse de su cuerpo, bajar hasta los intestinos y subir hasta su cráneo. Tomó las riendas del cuerpo de Julia a su pesar. Se vio a ella misma levantarse de la cama aunque no lo hacía ella. Vio ante su espejo su cuerpo desnudo caminando, aunque ya no lo controlaba

Se vio bajando las escaleras que daba al comedor, a pesar de no querer hacerlo. Sus padres estaban en la cocina, enfrascados en la discusión. No la vieron. Pero ella sí se vio a si misma coger un hacha del cobertizo y dirigirse hacia ellos, por la espalda. Lenta y inexorablemente. Pero no era ella la que decidía nada.

Tampoco fue ella la que decapitó y desmembró a sus padres, a pesar de llevar sus pequeñas manos el hacha.

Quería llorar, pero su cuerpo lo impedía. Quería gritar, pero su boca permanecía sellada…Estaba atrapada en ella misma, prisionera de una voluntad ajena a ella.

-Pequeña Julia. Niña tonta. No llores. Has deseado que tus padres desaparezcan. Y te lo he concedido. Txac Txac –oyó en su cabeza.

-¿Quién…qué eres? – pensó

-Ay, Julia. Soy el Desconocido. El que nunca ha estado aquí ni nunca ha existido. Soy quién concede los deseos y juega con los cuerpos y las voluntades. Soy quién da un talismán, una llave. Los humanos nunca sabéis qué hacer con ella. No os dais cuenta que si una puerta está cerrada, es por algo. Txac Txac.

-¿Por qué? ¿Por qué has hecho eso?...yo no…yo no quería.

-Lo has deseado Julia, lo has deseado con todas tus fuerzas. Te lo advertí. Me has dejado salir de mi morada, de mi bosque para entrar en tu mundo. Tendrás que pagar por ello. Txac Txac.

El cuerpo de Julia dejó el hacha en el suelo, con la hoja hacia arriba. Las manos de Julia colocaron grandes piedras a ambos lados del mango, comprobando finalmente la estabilidad del arma.

La columna de Julia se irguió, abrió bien grande los ojos y se dejó caer contra la hoja ensangrentada. El sonido de su cráneo al partirse por la mitad hendió el aire. En el último aliento que le quedaba al cuerpo de Julia, por fin pudo gritar.

Cuando el cuerpo yacía inerte en el suelo y la sangre se esparcía lentamente por la tierra batida se elevó de la espalda de Julia una sombra oscura. Tenía una forma difusa, alargada y aplastada a la vez. Su forma cambiaba con cada ráfaga de aire pero se movía en dirección contraria. Se movía lentamente hasta el Golden de Julia que estaba lamiendo el cuerpo del padre de la joven.

La sombra entró en el animal.



Cristián se encontraba cortando leña en el porche de la casa. Ya llevaría unos dos cientos kilos de madera cortada pero vio aparecer a lo lejos un perro, trotando alegre por la hierba.

Se llevo las manos a los ojos a modo de visera para poder ver mejor. Parecía un Golden. Se acercaba a donde estaba. Cuando estuvo cerca de él le lamió la mano.

-Ey, pequeño, ¿de dónde vienes?

El animal meneaba el rabo conforme le acariciaba Cristián el lomo.

-Tendrás sed no. Ven, vamos a casa.

El perro siguió a Cristián en el interior de la casa. Dentro se encontraba una mujer cocinando.

-Cariño, mira. Un perro.

La mujer se giró y dio un grito de alegría cuando vio al animal. Se secó las manos con una bayeta y se acercó para acariciarlo.

-Qué bonico es ¿no te parece? Mira, es una perrilla. Se le ve bien alimentada. ¿De quién será?-preguntó.

-No sé. Mientras tanto nos lo podemos quedar. ¿Te parece bien?

-Sí, me encanta – exclamó mientras se levantaba y le daba un beso en la boca a su marido. – Es preciosa. Y mira los ojos que tiene.

-Sí, parece que sean de miel.

La perra los miraba a ambos, la lengua fuera y el rabo moviéndose. Sus ojos dorados los escrutaba, divertida. Aquello prometía. “Gracias Julia, niña tonta. Txac Txac”





FIN.

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